20080918

En que Armandís habla de sí en tercera persona


A lo lejos, los árboles, los carros, los edificios se veían con una nitidez inusitada. Armando se detuvo a mitad del puente peatonal para analizar el fenómeno. El día estaba nublado, pero el horizonte adquiría una profundidad pocas veces vista. La luz era extraña, era como si no existiera; por supuesto que la había, de otra forma no se habría visto nada, simplemente sucede que –pensó después– las cosas se ven como si se hubiera levantado un velo, una cortina que no dejaba apreciarlas por completo. Eso era, lo cerrado del cielo no permitía el paso de la luz directa, la luz que hace entrecerrar los ojos o poner una mano hábilmente extendida sobre las cejas, la luz que obliga a usar lentes oscuros, la luz reverberante de los días de verano, la luz que hacía ver blanquísimos los azahares de la niñez.

Apresada, permanecía estática entre el Arriba y el Abajo, no lastimaba la vista, sino que la alargaba y dibujaba mejor los contornos, las sombras del rostro proyectadas por el propio rostro; las líneas y nervaduras de las hojas palpitantes, las ramas meciéndose; los cortes rectos, predecibles, de los edificios; los nerviosos autos, surcando la carretera.

Armando, parado ahí, viendo pasar a la gente que no parecía darse cuenta del fenómeno, se sintió secretamente feliz por un momento.

1 comentario:

El Clavado dijo...

waaazaaaaaaaa! aquí na más, saludando, porque luego la gente anda ahí diciendo que no lo leo y no sé qué.