20080729

Armandís está...

Qué hacer cuando no tienes ganas de hacer nada. Los amigos me dicen pues sal (del verbo salir, no de cloruro de sodio-NaCl), pero precisamente no tengo ganas de salir. Tampoco de leer o de caminar o de tomarme unas cervezas.

Quiero creer que son las vacaciones, que me cierro al exterior y que reposo en mí, me nutro de mí, viendo hacia dentro, me tomo vacaciones del mundo e, incluso, de mí y de mis deseos.
Pero ¿y si no son las vacaciones? Y si algo se rompió dentro de mí, digamos, el resorte de las ganas de hacer cosas.

Quizá es la sibutramina, pero los síntomas los acusaba desde antes. ¿Y si regreso al trabajo y sigo con esta apatía de días sin bañarme, sin rasurarme?

No estoy triste, sorprendentemente. Estoy... no sé.

20080703

Ese que no soy yo

A menudo he fantaseado con ser otro. Y no ser otro sólo por serlo, sino ser alguien radicalmente distinto a mí. Me interesan los aspectos físico y mental. Incluso he pensado en el extremo: ser chaparrito, pelón, de lentes; o ser un completo idiota, cínico, corrupto y espurio.

Pero no sólo habitar esta energía que soy tras los ojos de alguien más, conservando mi conciencia; sino ser, en cada célula e impulso neuronal, esa otra persona.

Creo que lo llamativo para mí, en estas suposiciones, es experimentar otros tipos de conciencia: la conciencia de no tener nada, de no saber qué comeré mañana o dónde dormiré; la conciencia más apremiante de la salud, en el lecho sudado y oloroso, con dolores, con oleadas de malestar; la del deportista que ve lejanas sus aspiraciones sin importar lo duro que entrena o, por el contrario, del deportista exitoso; la del laureado profesor; la del ladrón, del malhechor necesitado que no sabe hacer otra cosa o la del que no quiere hacer otra cosa; del que hiere a alguien por gusto; de los estúpidos policías que, en vez de jalar, empujan; la conciencia del antropólogo que por primera vez se lleva a la boca un Psilocybe mexicana o cubensis; la del nuevo rico que todavía experimenta una corriente de endorfinas al comprar lo que antes no podía; la de la niña que espera un bebé, sin desearlo; la del escultor que vende su primer obra; la del jefe que es buena persona, pero no puede mostrarlo a sus empleados; la del bloguero(a) que escribe diario; la conciencia del anónimo que se toma muchas molestias para molestar; la del asesor de tesis que envidia a su asesorado; la del que incurre en acoso sexual; la de la acosada; la del que tiene dos trabajos y, además, es taxista; la conciencia de un vendedor de quesadillas; de un grupero, un reggaetonero; de un emo; de alguien con un título nobiliario; de un ciego; de un personaje de novela que se sabe personaje.

O experimentar la conciencia de otros seres: la de los árboles, de sus hojas ligeras y próximas a caer, de sus troncos torcidos o rectos, robustos o frágiles, de su savia palpitante; la de las luciérnagas y su búsqueda; la vertiginosa conciencia de las golondrinas; la de la mariposa que se esconde tras la puerta; la del gis que cumpliendo su propósito se consume; la de un libro, mientras alguien recorre su lomo con el dedo, o le hace cosquillas entre las páginas; la de un vaso, ¡Mas qué vaso —también— más providente!

O tal vez sea que, motivado por mis inconformidades, ansío dejar de ser yo mismo por un momento.